Los negros interioranos en nuestro Panamá

EL SIGLO, martes 9 de diciembre, 2008
LUIS FUENTES MONTENEGRO
luisfuentesmontenegro@gmail.com


Constituye un tema en donde hay mucho por indagar. En verdad es correcta su cuantificación mínima poblacional, pero ello no significa que tuvo una incidencia que deba eludirse y negar el derecho a ser reevaluada histórica, científica y documentariamente. Si la población negra, presente desde el siglo XVI, fue mínima, eso no descarta ni niega la presencia de grupos afrodescendientes en el interior panameño, que aún perviven y sobre los cuales casi nada se ha investigado.En Herrera, además de la población negra de Santa María, el descendiente fenotipo del mulataje en el chitreano, quien, dicho sea de paso, no se indigna en llamar "sambitos" a sus niños, con conciencia o no de la alusión a la mezcla de indio con negro o luego de mestizos con negro que connota la expresión; los rasgos negroides en la Villa de Los Santos, en Santa Ana, Parita, el origen del pueblo Mogollón, cuya palabra es referente de negros que prestaron servicios a la milicia de la Corona Española y por lo cual muchos fueron meritorios de gracias imperiales. En Los Santos el origen del cementerio de Las Tablas, conforme a los archivos parroquiales más antiguos, el origen y la descendencia negra del pueblo La Palma (antes el Cuscú y La Parma en decir del vernáculo), las ruinas de los palenques de Santo Domingo, ya desaparecidas, los negros pescadores de Pedasí, entre otros, constituyen indicadores confirmativos de una presencia.

Los primeros negros del interior se remontan cuando en el avance de las huestes españolas de conquista, también integraban actividades de milicia, ya sea como refuerzo o como escudo en la vanguardia. Con la fundación de Natá, la presencia se configuró sobre una población mínima, luego con las labores auríferas en Veraguas, tuvo un crecimiento, sobre todo en poblados mineros y circunvecinos; al producirse la debacle de las minas, la población mermó; un grupo sustancial emigró hacia Suramérica, otro menor se mantuvo en los poblados mineros y circunvecinos y otro se diseminó hacia el sureste, o sea Soná, Azuero y el oeste coclesano.

Hay historiadores que hacen acotaciones que deben ser evaluadas con delicada observación por las connotaciones reduccionistas que permiten entrever y que conllevan a una aceptación apriorística de la intrascendencia de la población negra en el interior del país; pero igualmente arrojan datos, cifras, hechos y documentos que ratifican aún mínimamente una presencia palpable y que permiten adentrar a su dinámica social y escudriñar en su larga historia casi escondida y revalorar el proceso de configuración de identidad cultural y física con preponderancia hispana-mestiza que incide o ha incidido en su descendencia, dándole un cúmulo de manifestaciones socio-culturales y folclóricas, como el habla, entre otras, que lo confirman como una expresión netamente interiorana.