NOTAS PRELIMINARES SOBRE LA PRESENCIA DE LA ETNIA NEGRA EN
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE LA CHORRERA O EL APORTE DE
LA ETNIA NEGRA EN LA CHORRERA

Por Mgter. ARTURO GUZMÁN NAVARRO.

  A primera vista, lo que aparenta ser una enjundiosa exposición, apenas resulte una modesta contribución de informaciones sueltas, que a lo largo de un limitado cúmulo de documentos, apuntamientos, revistas, folletos y libros consultados, me aventuro darlas a conocer a ustedes tan selecto público.

Imagínense los inconvenientes que aún en nuestros días, confronta cualquier interesado que se asome a despejar un mínimo del amplio manto general que reviste el pretérito chorrerano, dada la escasez o tal vez el impedimento de la disponibilidad de las fuentes informativas necesarias. Pero aún así, las tareas de este tipo hay que acometerlas, porque es un compromiso que reclama la comunidad ávida del conocimiento histórico. Esto implica, que no obstante el rigor científico que obligan estos aportes, no dejarán de faltar conjeturas apoyadas en el recurso de las ciencias sociales auxiliares.

El Panamá negro, un asunto reiterativo.
  El tema de la etnia negra y su presencia en Panamá siempre me ha cautivado, debido a que este país, es una consecuencia en gran medida del accionar de los afroamericanos.                      
Parece una perogrullada, pero hay que continuar enfatizándolo. En la estructura racial de Panamá es evidente, la composición genética principalmente del mestizaje entre descendientes  indígenas y  negros africanos, sobre una minoría blanca.

Según el Director del Instituto del ADN y del Genoma Humano de la Universidad de Panamá, el Dr. Tomás D. Arias, “la elevada presencia de genes tanto de origen negro (33%), como indígena (38%) en la población general del país, hace de ésta una población única y diferente entre los países de América. En ninguno de ellos se encuentra una combinación tan alta de genes procedentes de ambos grupos”.

Ciertamente que este saldo histórico, no necesariamente obedece a un proceso homogéneo de miscegenación o mixtura racial para todos los rincones del país. Ejemplo, no es conveniente explicar o comprender la “coloración” de la población de la costa arriba de Colón, de los poblados de Chepo o  Pacora al Este de la provincia de Panamá,  o de los principales núcleos poblacionales de la provincia del Darién,  con el proceso histórico que operó en algunos sectores de otras provincias como Coclé, Herrera y la propia  de Panamá, en la que se puede citar puntualmente nuestra propia región, la de Panamá Oeste. Ambos casos tienen sus propias particularidades.

Un instante prehispánico

  Conviene recordar que a la luz de la escasa documentación hasta ahora examinada, por quienes se han interesado en el pasado del poblamiento  chorrerano, en la época prehispánica, no hubo grandes concentraciones indígenas en los alrededores. Por el contrario, el territorio permaneció virtualmente deshabitado. Un dato que abona a esta visión,  a comienzos del siglo XIV, son las “relaciones” o crónicas épicas de los conquistadores españoles, que a partir de 1514 incursionan en el área, en las que dan cuentas del cacicazgo de Perequeté, como único núcleo humano más próximo a lo que será el sitio donde posteriormente surgió el poblado La Chorrera. Se desconoce cuántos indígenas lo formaban, pero lo cierto es que no fue una cantidad representativa, ya que entre las evidencias que  pueden conducir a formarnos un orden de magnitud de dicha población está la exigua cifra de 70 indios que en 1522, fueron sacados de Perequeté para componer la “encomienda” del Maestre-escuela de la Catedral de Panamá, el clérigo Hernando de Luque.

Evidencias negroides en Panamá Oeste.

El régimen de la encomienda indígena en el Istmo, luego de fundada la ciudad de Panamá escasamente duró treinta años. Al promediar el siglo XVI fue abolido. Este proceso, en efecto, generó un ensayo de política de poblamiento del gobierno español con la creación de “reducciones indígenas” en las islas de  Taboga y Otoque y en la “Sierra de Cabra” (actual sitio del poblado de Veracruz en Arraiján), con el exiguo número de indios encomendados de la ciudad de Panamá y alrededores. En el caso de “Cabra”, el esfuerzo fue infructuoso, ya que en menos de veinticinco años, el remanente indígena de éste sitio, muy diezmado por cierto,  fue reubicado en Chepo. De esta forma, no hubo vínculo alguno entre los aborígenes del sitio mencionado, contrario a lo que ha venido repitiendo una precaria historiografía local, con el poblamiento de La Chorrera o el resto de la región de lo que hoy es Panamá Oeste, durante este momento temprano de presencia hispana.

Cabe recordar aquí, que precisamente a este período, corresponde la gran incidencia de alzamientos de negros esclavos en la zona de tránsito Panamá-Nombre de Dios, conocido como “cimarronaje”, (estimado en más de 2,500 individuos), y que si alguna repercusión tuvo este fenómeno en algún sector de la región al Oeste de la ciudad de Panamá, fue el surgimiento fugaz de un grupo minúsculo de cimarrones en Cerro de Cabra, liderado por Francisco Berbesi,  y el cual fue reducido fácilmente en 1579 durante la Presidencia del oidor Alonso Criado de Catilla. Se reconoce que sus embates contra los españoles no tuvieron trascendencia, si se les compara con lo ocurrido en la región de Bayano, donde el caudillaje de Antón Congo y en Portobelo, con su “rey” Luis de Mozambique,  marcaron una época de inestabilidad en la zona de tránsito.

Con relación a los cimarrones sometidos en la guerra del Bayano, los mismos fueron finalmente en Abril de 1582, ubicados en un sitio próximo a 15 kilómetros al Oeste de la ciudad de Panamá, y que se llamó “Santa Cruz la Real”. A estos negros se les dotó de una libertad colectiva, se les prestaron 6,000 pesos de la Real Hacienda para la comida de todo un año, se les proveyó de herramientas para labrar la tierra y un hato de ganado vacuno que costó 4,000 pesos, además de eximírseles de tributar al gobierno por cierto tiempo. Se asignó un  gobernador español y un sacerdote dominico, cada uno con un salario de 500 pesos, que debieron cancelar los negros en cuanto cosecharan los primeros cultivos. El mencionado antiguo “rey” cimarrón Luis de Mozambique, fue nombrado gobernador de la villa. Se desconoce hoy día donde quedó este poblado pero se conjetura que pudo ser al Oeste del Cerro Ancón,  cerca del Río Grande, actualmente un lugar próximo a la entrada del Canal.  Una relación de la época se refiere a este sitio señalando que “...es cerca de esta ciudad [Panamá La Vieja]  y entre ambos mares... dispuesta por espaciosos campos fértiles, con ríos de gran amenidad que los bañan, donde se producen frutos abundantemente...” 

Esta explicación amplia expuesta sobre el pueblo de negros de “Santa Cruz el Real”, no pretende  apresuradamente estrechar vínculos con el poblamiento de las hoy regiones de Arraiján y La Chorrera, pues las informaciones que disponemos no lo permiten. Pero si deja un espacio para interrogantes en cuanto a cuál fue el destino y la evolución de los 188 individuos “libertos” que poblaron el sitio, entre los que se encontraban no sólo una mayoría de negros africanos, sino también algunos negros criollos, indios, zambos y mulatos.
Queda establecido hasta aquí, no obstante, que al abolirse el régimen de la encomienda en Panamá, a mediados del siglo XVI, empezó a tener un protagonismo social de primer orden la esclavitud negra, ya sea por su papel sustituto  en el campo laboral (el trabajo de un negro equivalía al de cuatro y más indios), de la diezmada población indígena, o por su temperamento levantisco que puso en apuros el orden monárquico hispano, sobre todo en la zona de tránsito Panamá- Nombre Dios, hasta poco antes de finalizar dicho siglo XVI.

La mano de obra negra en el Istmo, durante este período estuvo empleada en las labores mineras, en el buceo de perlas en el Golfo de Panamá, en la construcción de caminos y edificios públicos incluyendo las fortificaciones, en aserraderos, en trapiches, en la atención de hatos y estancias, en servicios domésticos, como cargadores de tesoros, arrieros y remeros de bongos, chatas y canoas en el río Chagres, como en  otras tantas ocupaciones. No extraña en este sentido, la afirmación de un notable funcionario público de la ciudad de Panamá en  aquellas calendas, quien en 1575 afirmaba que “la gente de trabajo y servicio son negros todos, porque de la gente blanca ninguno hay que sirva, ni se da al trabajo, a cuya causa es grande la suma de negros que en este Reino están ...”

Para entonces, se estima en 5,600 la población negra de todo el país. De estos, 2,809 eran esclavos, que en su mayoría se concentraban en la capital colonial. Sólo en la ciudad de Panamá se utilizaban 1,600 negros de servicio.

Estas cifras las traigo a colación, porque son referencias que nos pueden auxiliar en la comprensión del inicial poblamiento y organización hispana del llamado “Valle del Caimito”, actual región chorrerana, para el cual no disponemos hasta ahora de referencias algunas sobre lo que pudo acontecer en el siglo XVI.  No obstante, es perceptible una penosa ocupación del territorio, si se toma en cuenta que para inicios de la centuria siguiente (alrededor de 1609), según  una “descripción de Panamá”, en las inmediaciones del “Caimito” existían seis hatos y dos más en Perequeté, con un total de 4,000 y 3,000 reses respectivamente. Y agrega el documento que: “sirven en estas estancias y hatos solamente negros esclavos”. En principio, esto significa que la población esclava constituye el nuevo basamento socio-demográfico, que aunque tímidamente,  implantó el proceso colonizador hispano en los eriales predios chorreranos durante tal vez, los últimos cincuenta años de convulsión social negra del siglo XVI, que como lo hemos reseñado, ocurrió en la zona de tránsito. ¿Por qué abría de extrañar, que según la tradicional historia monacal de la vida del mulato beato peruano San Martín de Porres, éste procede de una madre esclava “chorrerana” llamada Ana Velásquez, que residió en estos parajes en esta época?

Nos reiteramos, la impronta temprana de la etnia negra  en estos lugares caimiteños parece irrefutable. Y puede que haya ocurrido así, porque el Caimito y más allá, fue una región marginal a los ajetreos citadino, lo que abona un  ambiente propicio para la inversión en bienes semovientes, que es la actividad económica privilegiada con que irrumpe en la historia la región chorrerana. Escaso pero representativo, es el rol que desempeñan las sabanas de Panamá Oeste en el abastecimiento de algunos alimentos para la ciudad de Panamá La Vieja.

Avanzado el siglo XVII, en 1631, otro documento relacionado “sobre la costa panameña en el Mar del Sur”, describe la ribera del Río Caimito y la posibilidad de navegación de embarcaciones por una extensión de su cauce a partir de su desembocadura, con la salida de cargas de maiz, miel y otros productos. Se detalla que hay muchos trapiches de hacer miel y hatos de ganados; y que en estos sitios hay españoles, negros, indios y mulatos residiendo. Más no se dan  referencias detalladas sobre las labores de los pobladores.

Lamentablemente, hasta ahora, en lo que resta de este siglo XVII, un amplio manto de oscuridad cubre el conocimiento de la evolución de la región chorrerana. No obstante, la única evidencia documental que se dispone, revela hacia el año de 1691, la mención inicial del topónimo “pueblo de San Francisco de Paula de La Chorrera”, como indicativo del surgimiento preliminar de lo que será en un futuro inmediato la aldea chorrerana. Sus habitantes, indica la fuente, la forman “españoles, mulatos y zambos”.

Entrado el siglo XVIII, en 1720, en un informe de gobernación, se alude a La Chorrera y Chame, como “pueblos cortísimos de pocos vecinos”, con lo cual se quiere evidenciar que hay muy pocos pobladores blancos o españoles.

       Según referencias sobre el origen de la parroquia San Francisco de Paula, los datos que se repiten en las publicaciones conmemorativas del día del Distrito, o sea cada 12 de Septiembre, ésta se constituyó entre los años 1712 y 1714. Por cierto, que al pueblo o más bien, a la villa de La Chorrera, con  su exigua población, desde entonces le fue asignado un cura doctrinero, cuyo sínodo o sueldo lo cancelaba el gobierno español. Así consta que en el año 1730, el licenciado don Juan Lucas de Vega “sirve el curato del pueblo nombrado La Chorrera, cercano a Panamá y goza de 178 pesos y 6 reales al año”.

Retomando el tema de la presencia negra en la región chorrerana, conviene reproducir la percepción del Obispo Pedro Morcillo Rubio, quien en 1736 visita la jurisdicción eclesiástica de La Chorrera y acota: “es una población muy corta y pobre, que sólo sirve de que oigan misa los criados de los hacendados [estos últimos residen en la ciudad de Panamá],... la gente del pueblo es muy poca, y toda esparcida por los montes, son las más de color, que fuera de la gente de las haciendas, no se que lleguen a cien almas, todos muy pobres y desnudos, por lo poco que se aplican al trabajo”.

En la visión de este Obispo es evidente, que lo más próspero de la economía del lugar, descansa en la labor de los peones que atienden las haciendas ganaderas. Además enfatiza en la presencia significativa de los pobladores correspondientes al grupo negroide.

Esta estructura étnica no va a variar en lo que resta del siglo XVIII.

Según un censo de población del Istmo de 1790, revela a La Chorrera, como el principal núcleo poblacional de la región de Panamá Oeste con 1,860 habitantes. De esta totalidad 1,626 eran “libres de color”, 42 esclavos, 106 indios y sólo se registraron 86 blancos. En atención al género, del grupo de los “libres de color”, se reportaron 753 varones y 873 mujeres. Con relación a los esclavos hubo 28 hombres y 14 mujeres.
De las cifras citadas podemos sacar algunas conclusiones correspondientes a la realidad demográfica chorrerana de finales del siglo XVIII:

  • 1.El modo de producción social esclavista expresa una tendencia circunstancial agonizante.
  • 2.La población es eminentemente mestiza, al registrar que el 87.4% de los individuos corresponden al grupo de los “libres de color”. No resulta muy aventurado afirmar, que  este saldo de mixtura racial responde a poco más de tres siglos de un penoso crecimiento y cruce de etnias, con preeminencia del grupo negroide.
  • 3.Se confirma una vez más, que el eje de las labores agrestes como lo son la ganadería y la agricultura, en gran medida lo ejecutan el grupo mestizo.

Como dato curioso, dada la poca confiabilidad de los censos colombianos durante el siglo XIX, poco antes de promediar esta centuria (en 1843), la población esclava en La Chorrera se había elevado a 222 individuos (es decir un 9% del total de los pobladores).

Otro aspecto en el que también irrumpió el mestizo lo fue en la milicia y en la política. Por ejemplo, el agente que representó a La Chorrera, en el “gran círculo” de adictos a la Independencia de 1821, lo fue José Joaquín Meléndez, quien  fue calificado “de color y calidad de mulato”.

No sorprende también, la coincidencia de intereses políticos bolivarianos que reveló el poblado de La Chorrera, con  el movimiento separatista capitalino de 1830, liderado por el General mulato José Domingo Espinar, el cual fue respaldado en su totalidad por el grupo citadino arrabalero mulato de Santa Ana.

Un último dato curioso: en 1832 quien fungía como “pregonero del Cantón de La Chorrera”, lo fue un individuo de la etnia negra llamado “Pedro Cachaco”. 

Al retomar el accionar de las faenas cotidianas de los lugareños chorreranos, según una relación geográfica de 1851, La Chorrera es retratada como una “villa en un llano con caserío de paja, aunque en el centro hay algunos edificios de teja, regular plaza y buena parroquia”. Y agrega el documento sobre el sitio: “Abundante en buenas aguas; sus vecinos, la mayor parte de color, son agricultores y mantienen un comercio activo con Panamá, tanto por mar como por tierra”.

Para apurar un poco nuestro fugaz  recuento recurro a uno de los documentos más valiosos que se dispone sobre el período de los primeros años republicanos, como lo es el opúsculo “La Chorrera en 1922”.  En el censo correspondiente al año 1921, se declara que de los 6,977 habitantes que posee el distrito de La Chorrera, 5,365 son mestizos, 532 son negros y sólo 641 son blancos. En consecuencia la estructura demográfica que hemos venido presentando resulta reiterativa. Del mismo modo lo es el protagonismo del sector mestizo en las actividades económicas de la región chorrerana.

En este período, una cantidad representativa de los habitantes de La Chorrera, que como se afirma son mestizos y negros, tienen “como medio de vida”, la realización de oficios tales como carpintería, zapatería, curtiembre, cacería, la pesca, la ganadería, la herrería, la talabartería, la mecánica, la fabricación de jabón prieto y escobas, la elaboración de carbón vegetal o de mangle, de la cal de concha, de la miel de caña y sus derivados (panelas, cabangas, guarapos) , en la preparación de comidas como bollos y chichas de maiz, pan, enjalmas, sillas de montar, artículos de mimbres y bejucos, esteras, petates, objetos de barro, fabricación de sombreros, sastrería, ebanistería, pintores, etc.

La generalidad de las mujeres se ocupan de los oficios domésticos y muchas son agricultoras; otras, costureras, lavanderas, floristas y confeccionan bordados y tejidos.

Sin duda alguna, el aporte de la etnia negra en el desarrollo de La Chorrera se patentiza no solo en los oficios que los descendientes de los afro-panameños que se afincaron en esta región, desde los tiempos coloniales y posteriormente, desempeñaron y continúan haciéndolo, sino que este proceso se ha enriquecido con nuevos movimientos migratorios. Al respecto nos informa el insigne custodio de la memoria colectiva chorrerana, don Rogelio Zúñiga Méndez, sobre gratos recuerdos de personajes afroantillanos advenedizos durante las décadas republicanas del 30 y 40, que también contribuyeron al desarrollo de La Chorrera. Así se refiere a anónimos como el vendedor de leña Santiago (alias guandú), a Isaías el carbonero, el acordeonista cumbiero el “negro Fefé”, el agricultor y músico Julián Francisco (alias Francisque), el agricultor y comerciante el negro Tomasón, el fabricante de trapiches “el chombo Clark”, el humilde vendedor de agua “el negro Leandro”, el ebanista Jos Brown, el operador de equipo de la Junta de camino Mister Walker y otros afroantillanos más como Rabate, Juan Culí, Albertón y Yaye.

Me gustaría agregar a esta lista, a los grandes forjadores anónimos  del progreso de las comunidades ribereñas del Lago Gatún, como La Represa, Mendoza, La Arenosa, Cerro Cama, Lagarterita. Como también a los de los otros poblados bañados por las mansas aguas del Pacífico como Puerto Caimito y la olvidada Playa Leona.
                                                                                         
       Muchas gracias.

  Conferencia  dictada en la  Sede Regional del INAC de  La Chorrera el 16 de Junio de 2,006, en conmemoración del mes de la etnia negra panameña.