Soy negro. No me dejan olvidarlo. Soy negro. Nunca dejaré que lo olviden.
Breves datos sobre el devenir literario de la Etnia Negra en Panamá.
Por: Gloria Melania Rodríguez Molina
Federico Escobar, el poeta humilde y de piel oscura, que gustaba llamarse El Bardo Negro y sobre cuyos textos poéticos participaron dos de las tendencias culturales más influyentes de su época: Romanticismo y Modernismo, escribió un poema intitulado “Niebla”, cuya primera estrofa dice: “También negro nací; no es culpa mía... / El tinte de la piel no me desdora, / pues cuando el alma pura se conserva / el color del azabache no deshonra.”, utilizando como epígrafe una estrofa de Candelario Obeso, su antecesor negro en Colombia, y con el cual canta a su raza.
La llegada de los negros a Panamá se remonta al tiempo de los asentamientos coloniales, cuando por Portobelo transitaron cerca de 3,500 negros esclavos por año, que estaban destinados al Perú; y se extiende hasta el descubrimiento del oro en California, la construcción del ferrocarril, el establecimiento de la United Fuit Company y, posteriormente, la Aspinwall Fruit Co., y los períodos de construcción del Canal en su intento francés y norteamericano. Este período trae una etapa de febril actividad mercantil y grandes trastornos en nuestra vida social; no obstante, favorece el espíritu cultural, determinante en la formación literaria de nuestros poetas, el auge pleno que imponían desde Europa: Hugo, Musset, Byron y Espronceda, y que en América veía ascender en Caro y Arboleda, Echeverría y Mármol, sin olvidar, claro está, la influencia de la poesía peninsular de finales del siglo XVIII, aún vigente: Goytía y Argote, Herrera y Obaldía, los Arosemena.
En ese clima crecen los poetas panameños románticos y modernistas: Gil Colunje, Tomás Martín Feuillet, José María Alemán, Manuel José Pérez, Amelia Denis, Manuel Toribio Gamboa, Jerónimo Ossa, Federico Escobar y Rodolfo Caicedo.
Escobar, compañero de afanes de Jerónimo Ossa, trabajó por muchos años como carpintero para la empresa del canal francés, oficio del que sintió mucho orgullo y que elogia en su poema “Rato de Ocio”, en el cual deja claro, no obstante, que maneja y pulsa el verso “con más facilidad que la madera.” Durante dos décadas, a partir de 1890 y a pesar de los días de crisis de la sensibilidad, fue una de las más populares figuras de las letras panameñas, no sólo por sus colaboraciones en revistas y periódicos de fin de siglo y principios de la República, no sólo por ser reconocido como una persona beligerante, sobre todo cuando la corriente modernista empezó a sentirse en nuestro país, hecho que ocurre oficialmente, podríamos decir, luego del triunfo de Rubén Darío en las letras hispanoamericanas con “Azul”; sino por su emoción que como panameño lo indujo a cantar y ensayar, asimismo, una poesía de tipo pintoresco y popular inspirada en nuestros usos y costumbres, lo que coloca a Federico Escobar, en el antecedente de los nativistas de hoy.
Es significativo señalar que antes de Escobar, ya eran conocidos otros nombres de mulatos y negros en el proceso formativo de la nacionalidad. Tal es el caso de Ciro L. Urriola, médico y político, que en 1918, después de la muerte del Presidente Valdés, ocupó la Presidencia; o Simón Rivas, conocido bajo el seudónimo de Cristóbal Martínez, tipógrafo, poeta y cuentista, cuya obra quedó dispersa en periódicos y revistas de su tiempo, tales como “El Heraldo del Istmo” y “Nuevos Ritos”.
Y es que ser negro no significa cargar el peso del estigma de un color. Ser negro o descendiente y reconocerse y aceptarse como tal, es, como escribió Gaspar Octavio Hernández en su poema intitulado “Ego Sum”, pensar “que soy un mar trocado en hombre!”, es decir, un horizonte inmenso, aparentemente no muy distante, en el que como humanos se puede llegar lejos, se pueden hacer muchas cosas importantes.
Hernández, de familia humilde y escasa educación, fue un modernista, joven inteligente, dueño de una apreciable información literaria y una reputación merecida. Los escritos sobre su vida lo presentan como el único poeta de su tiempo interesado en la obra de los demás, en los problemas de nuestra literatura, en la necesidad de crear una tradición y en la importancia de las empresas de cultura. Publica sus primeros versos en “El Nacional”; colabora con Miró y Enrique Geenzier en las revistas “Nuevos Ritos” y “Estos y aquellos”; comandó, en compañía de Domingo H. Turner, “La voz del pueblo”; era director de la revista “Memphis” y redactor jefe de “La Estrella de Panamá”, cuando le sobrevino la muerte. Tenía veinticinco años, entre la política y una ruidosa vida de bohemia, legó al país una obra breve, compleja, brillante y singular.
Tres años antes de la muerte de Gaspar Octavio Hernández, uno de los más grandes héroes del mundo afroamericano, Jack Johnson, había obtenido el título de los pesos pesados frente a un rival blanco, pero fue despojado de la corona, consecuencia de las corrientes sociales que vienen de muy atrás en la historia y que hoy ya están bastante corregidas. En la contraportada de la enésima edición del disco de jazz-rock: “A tribute to Jack Johnson”, de Miles Davis, aparece un decreto del boxeador. Hace un par de años, durante la presentación en Panamá de la novela intitulada “Casi todas las mujeres”, su autor escribió como dedicatoria en el ejemplar que adquirí: “para mi amiga blanca por fuera y mulata por dentro”, y yo, en esta ocasión, parafraseando a Jack Johnson, reconozco que sí, me siento mulata, “nunca dejaré que lo olviden”, porque esta mezcla de razas, esta fusión de culturas, es lo que ha hecho que este país siga debatiéndose por alcanzar un mejor bienestar, una mayor calidad de vida.