La patriota RUFINA ALFARO
LA VILLA DE LOS SANTOS DA EL PRIMER GRITO DE LIBERTAD
LOS CONSPIRADORES SANTEÑOS-EL GLORIOSO 10 DE NOV.
ERNESTO J. CASTILLERO
Estampas, marzo 10, 1968

Rufina Alfaro, por lo que hemos oído relatar a algunos lugareños de Los Santos, era una moza campesina de La Peña, o de por allí cerca, blanca, rolliza y simpática, como se ven aún tipos que llevan su apellido y son de la misma región, probablemente de la misma parentela, o descendientes de ella, cosa que no se puede afirmar.

Mujer y hermosa, soltera por ende, que hacia ella misma los mandados, su figura apetitosa era familiar a los soldados hispanos que guardaban el cuartel en la Calle de Carnicería, frente al cual la garrida moza acostumbraba transitar para venir a la ciudad desde su campo y para regresar al mismo.

Ese día, 10 de Noviembre de 1821, sábado don Segundo de Villarreal, gamonal criollo y de prestigio popular, que era orientador de la opinión política de los ciudadanos de La Villa, entre quienes el pensamiento de la independencia era una idea acariciadora, se dispuso a proceder y en las afueras de la población, bajo un árbol de tamarindo reunió muy temprano a los voluntarios que previamente había preparado y armado como pudo para el momento de las supremas decisiones. Y ese momento, en su opinión, había llegado.

Sigilosamente los vecinos, con anticipación convocados, abandonaron sus casas y reunirán bajo el frondoso tamarindo, ocultos por la maleza de alrededor; pero sabiendo a la milia española en posesión de los rumores de libertad, temían un ataque sorpresivo y que fueran desbaratados los planes de emancipación cuidadosamente concebidos.

Cuando en la expectación del esperado instante y la solemnidad del noble propósito manteníanse todos  en el mayor nerviosismos  esperando que los españoles tomaran la iniciativa contra ellos, acertó a pasar junto al tamarindo, donairosa y contenta, con dirección a la ciudad y portando un haz de leña,  Rufina Alfaro que vio a los del grupo, notando que había en el un extraño consorcio de gamonales, autoridades y pueblo, gentes de pro con jornaleros y humildes labradores de los campos vecinos, como si fueran a una “junta”, cosa que contradecían los mosquetes y otras armas ofensivas que portaban algunos de ellos.

Quiso escapar llena de sopresa cuando don Segundo De Villarreal que parecía el director de la reunión, la llamó por su nombre.

Explicole él someramente lo que se proponían los allí reunidos: tomarse el cuartel por sorpresa esa mañana, y hasta donde fuese posible, Sin  derramamiento de sangre; al fin y al cabo todos eran hermanos, españoles y americanos, y si éstos querían  servir a la libertad, los otros cumplían su deber sirviendo al Rey. Pero La Villa de Los Santos no quería seguir gobernada por el monarca desde España, sirio ser libre y que el pueblo, como en las democracias, formase su propio gobierno. Rufina era de ellos, no española, aunque lo hubieran sido sus abuelos como los de casi todos los presentes, porque ella había nacido, lo mismo que los demás que allí estaban, en la América en la Villa; por eso era criolla o parda, como despectivamente los calificaban los peninsulares; y su deber era ayudarlos a lograr la libertad.  Has entendido Rufina? le interrogó don Segundo.

Escuchaba la Alfaro entre sorprendida y asustada las palabras de aquel “Ñopo" cuyo oficio era mandar como gamonal en la Villa. No comprendía claramente lo que decía de libertad, monarca españoles, democracia y americanos. Ella no sabía política, no había oído antes esas palabras, y creía que todos los cristianos eran iguales, salvo las diferencias sociales y la posición que naturalmente da la fortuna que permite a unos mandar porque nacieron para el mando o tienen dinero para pagar trabajo de los otros, y a éstos obedecer. Don Segundo era de los primeros. Qué quería don Segundo, que tan amablemente le hablaba, que ella hiciese?

---Ayúdanos, Rufina prosiguió el caballero. Tu tienes buenas amistades en el cuartel y puedes acercarte al mismo, y ver lo que hacen los soldados sin despertar malicia. El cuartel está cerrado y nosotros necesitamos conocer en qué situación se halla su guardia para poder dar el golpe con seguridad y corriendo el menor riesgo. Ve por los alrededores y si puedes entra y ven a contarme cuanto veas, sin infundir sospechas, porque cuanto menos malicien 1os españoles, mejor.

—Iré, señor, fueron sus palabras; y marchó para pueblo pensando en la gran misión que le encomendara don Segundo.

Pasó como de costumbre por la acera misma del cuartel y saludó con su más amable sonrisa al centinela, haciéndole un guiño picaresco de sus negros ojos. El soldado le dijo en baja voz, atusándose el bigote:--Adiós, Rufinita. Llevas mucha prisa?

---Voy a vender este haz de leña respondióle, pero ahorita mismo vuelvo.

El cuartel, contra lo acostumbrado, como lo observó don Segundo, se encontraba cerrado; pero Rufina echó una mirada dentro, a través de los gruesos y torneados barrotes de madera de una ventana abierta, por la que entraban el aire y la luz al interior y salían las voces de los guardias. Todos, excepto el centinela, estaban encerrados. 

Nerviosa, Rufina llevó la leña a la casa Cural, detrás de la iglesia, y volvió al rato por la misma calle con pretexto de comprar en la carnicería las provisiones que necesitaba. La población a pesar de ser lunes, día de movimiento para los laboriosos santeños, veíase inusitadamente tranquila y sin el acostumbrado ir y venir de las gentes del trabajo.

Esa tranquilidad aparente era presagio de sucesos cuyos resultados no se podrían prever.
Al pasar frente al cuartel, Rufina hizo como que seguía de largo y el centinela que la vio, le dijo:
---Tienes prisa, Rufina?
---No mucha, contestóle la moza;   pero el sol se calienta y tengo que regresar en la mañana.  Mi mamá está maluca y me espera.
—Hoy estás más hermosa que nunca, díjole él. Cuándo podré acompañarte a La Peña?
-- Pues usted dirá, respondióle ruburosa, acercándose al mismo tiempo a la ventana.
--Pronto va a ser. Ahora estamos muy ocupados y no nos dejan salir. Me permitirás ir contigo cuando me suelten?
-- Pues, quién sabe! , fue su contestación, arrimándose más a la abierta ventana y escrutando con la mirada y el oído el interior del cuartel en el momento en que el Sargento, acompañado su observación con un terno, decía: “Estas armas, mi Teniente, no sirven para nada y la pólvora está húmeda. Si nos atacan los pardos, nos cogen, nos cogen como ratón en trampa”.
--Me das tu palabra, Rufina, de que si?, insistía el centinela.  Porque el Teniente es muy celoso y se amosca cuando te miramos mucho.     
El Sargento, no se diga! Le da ataque de rabia cuando ve que otro hombre, sobre todo si es soldado, habla contigo.
—No sé porqué, contestó riendo. Yo no tengo compro¬miso con nadie y el que me lleve a la Vicaría será el que me acompañe.
—Ahí esto es lo que te recomendó el señor Cura, Padre Correoso, no?
—Eso será! fue la respuesta de Rufina. Ya lo sabe. Ahora usted está muy ocupado y yo tengo que caminar un buen rato. El camino se pone caliente.

Siguió Rufina su marcha hacia el. término de la población acompañada por la mirada codiciosa del centinela hasta perderla de la vista. Cuando ella se vio fuera de la vigilancia de éste, torció para el árbol de tamarindo donde la esperaban ansiosos los patriotas y allí informó a don Segundo de Villarreal que los soldados españoles, salvo el centinela que vigilaba la Calle frente. a la puerta cerrada estaban descuidados: unos jugando damas y barajas, y otros charlando con desprevención, en el Interior del cuartel.  Contóle, además, lo que le oyo decir al Sargento.

Es cuanto necesitaba saber el jefe de los conspiradores, e inmediatamente dio orden de marcha con cautela a la ciudad y rodeado el cuartel, apresó a la tropa española, con cuya hazaña los que podían oponerse a sus propósitos quedaron inutilizados para hacerlo.

Una explosión de júbilo estalló como consecuencia. Los habitantes de la heroica Villa, hombres y mujeres, se lanzaron a ha calle; fue convocado el Cabildo Abierto; el Padre José María Correoso, Vicario Foráneo e hijo del lugar, mandó a repicar las campanas y los vivas a la independencia llenaron el ambiente con los sones de los bronces y el disparo de los viejos mosquetes, todo lo cual era anuncio de que La Villa de Los Santos había nacido a la libertad, y que le correspondía tal honor, a la “Ciudad Libre”, con consideración de ser la primera en todo el Istmo, que había tenido la felicidad de proclamarse libre e independiente bajo los auspicios y garantía de  como dejaron constancia en el Acta los representantes del pueblo.

El eco de toda aquella estruendosa alegría que embargó en el primer momento a la población regocijada de La Villa, la que en unánime consorcio se acogió al régimen republicano aquel 10 de Noviembre de 1821 rompiendo las cadenas del coloniaje y emancipándose de la Corona española, llegaba a los oídos de Alfaro quien camino de su humilde rancho de La Peña, avanzaba sin comprender la significación de lo verificado por ella al vigilar a los soldados de España e informar a don Segundo de Villarreal de la desprevención y falta de malicia de éstos; pero, eso si, satisfecha de su misión misteriosa que muy buena debía ser sin duda, cuando inmediatamente después de haberla cumplido, había causado tanta alegría a los “pueblanos” de la ciudad. En sus oídos llevaba las palabras, todavía sin comprenderlas que era un ruego mas que una orden de aquel “blanco” quien todos respetaban, obedecían y querían, don Segundo de Villarreal, que le habló de monarquía, de americanos, de patriotismo, de democracia y de libertad, y ese “ayúdanos, Rufina”, que con humildad le dijera como una súplica, como si de su pobre ayuda dependiera la suerte de toda la población. Ella, oscura campesina, había sido sin saberlo y aun no lo comprendía, contribuyente a un suceso que a todos tenía locos de contento.

También ella lo estaba. Ahora quizá uno de aquellos soldados cuyo informe de colores le rodaban el sentido, cuando pasaran los acontecimientos de esa fecha estaría libre de hacer a su lado el camino de La Peña.  Quién sabe si sería el Teniente celoso; quién sabe si el sargento hosco o quizá el centinela que, incauto y enamorado, violando la consigna la dejó acercarse demasiado a la ventana para con sus lindos ojos escrutar lo que sucedía dentro del cuartel aquella mañana. 

Esa fue Rufina Alfaro, de La Peña, la que simbólicamente representa hoy la independencia de la heroica villa de Los Santos.  La leyenda ha conservado, por la tradición oral,  su humilde personalidad de pobre campesina, aureolando su recuerdo con los destellos del patriotismo.  La historia, ingrata, la olvidó; pero el Arte ha resucitado su memoria, inmortalizada en la estatua.  Mora Noli tuvo una feliz idea al interpretar en la piedra la figura inmarcesible de la oscura mujer santeña que contribuyó a romper en el Istmo las cadenas de la esclavitud.

(Datos históricos del archivo de Anthony C. McLean, noviembre, 2004)

Comentarios del Dr. Carlos A. Smith F.:
En cuanto a la negritud nos conduce a que salgamos de esa verguenza y culpa que nos ha llevado a la negacion de la raza, llegando a sumirla en una invisibilizacion que ha hecho que en Panama hallamos llegado al extremos de modelos de invisibilizacion,  cuando algunos autores, han llegado a darle a ese trato a Rufina Alfaro, figura del grito de Independencia de la Villa de Los Santos, un asentamiento rico en raza negra, lo que me lleva a pensar en voz alta que hasta que se pruebe lo contrario Rufina era mujer negra a quien nadie vio por lo cual no hay grabados, ni dibujos y ya no han faltado los que dicen que nunca existio, quien era un mito, lo cual hacen de Rufina una victima mas de discriminacion postuma: negra, mujer y pobre.