Mito y realidad: mezcla y diversidad racial de Panamá

  Nos hemos cansado de oír sobre la diversidad de nuestra fauna y flora,
llega la hora de que escuchemos sobre aquello que nosotros,  como humanos, somos

  Tomás D. Arias
  gene@ancon.up.ac.pa

    Es irónico que la composición racial de Panamá, tema que intriga a muchos, preocupa a algunos y es en realidad de todos, nunca haya sido objeto de estudios científicos y, en particular, genéticos. Cierto es que historiadores y demógrafos han abonado sobre temas periféricos, pero no son suyos los instrumentos válidos para contestar a la simple pregunta: ¿cuál es la estructura racial del país? Así vamos dándole largas al asunto, de mito en mito o de tumbo en tumbo. La música nos habla de la presencia negra en nuestras venas, el dinero de la blanca y cada 12 de octubre, cuando era feriado, nos acordábamos de los verdaderos americanos: los indígenas.

     La razón principal de discutir el tema de la mezcla racial es tanto por la importancia médica y biológica que ésta tiene sobre la   predisposición a determinadas enfermedades que cada día son más comunes en el país: cardiovasculares, hipertensión y diabetes, como por la reacción a los determinados medicamentos que ingerimos generalmente para controlarlas. Interés que debe ser del médico que lo atiende, de usted que las puede padecer y del Ministerio de Salud que trata –sin mucho éxito– de atender al resto. Pero esta  importancia médico-biológica no debe restar la relevancia antropológica que debe tener el conocimiento de lo nuestro para lo nuestro.   Nos hemos cansado de oír sobre la diversidad de nuestra fauna y flora, llega la hora de que escuchemos sobre aquello que nosotros, como humanos, somos.

    La composición genética de una población se describe determinando la proporción de los genes que cada grupo racial que la constituye ha contribuido al conjunto total de genes, llamado técnicamente fondo común de genes. La mezcla racial entendida de esta forma toma en cuenta todas las poblaciones del país, sean éstas mezcladas o no.

   Después de haber estudiado a más de 5 mil personas, los resultados obtenidos han causado una verdadera sorpresa. La distribución de la totalidad de los genes es así: 38% de genes indígenas, 33% de origen negro y 31% de genes blancos o caucásicos. A aquellos de los centros políticos, demográficos y comerciales de la ciudad de Panamá y Colón les llamará la atención la hasta ahora invisible pero superior presencia de la contribución genética de los indígenas, la mayor del país. Pero esto tiene su explicación. Las señas con que cotidianamente nos servimos para distinguir los indígenas de las otras razas son encubiertas rápidamente, en el curso de dos o tres generaciones. Los buenos observadores las encontrarán en la forma de los ojos que generalmente se mantiene por generaciones. Así como su caminar es silencioso, así dejan sus huellas fenotípicas los descendientes del gran Urracá.

    La elevada presencia de genes tanto de origen negro (33%) como indígena (38%) en la población general del país, hace de ésta una población única y diferente entre los países de América. En ninguno de ellos se encuentra una combinación tan alta de genes procedentes de ambos grupos. Esta combinación que habíamos reconocido, hace una década, en los llamados cholos de Coclé(44% de indio, 38% de blanco y 18% negro). Quien los observe bien habrá notado que estos indígenas, reducidos hoy a la sierra, no muestran facciones negroides, y de ahí su pelo lacio, excepto por el color más oscuro de su piel. Y quien no reconozca esto que mire una fotografía de Victoriano Lorenzo.

  Como de sorpresas andamos, debemos comentar la muy baja presencia de negros en Chiriquí, aproximadamente el 6%. Estos son descendientes de negros coloniales y no de negros antillanos que al interior sólo fueron a Bocas del Toro. Si Chiriquí fuese país, como muchos quisieran, sería en nuestra región uno de los que menos mostraría genes negros. Si a eso le sumamos el 50% de genes indígenas encontrados en la población de esa provincia, Chiriquí comienza a parecerse cada vez más a México (56% de genes indígenas). ¡Cosa de que ya presumían muchos charros espuelados de ese patio!

  Mayor que en esa provincia, es la presencia de negros en Coclé (19%). Sin embargo, algo que sin duda dará qué pensar a algunos regionalistas de las provincias de Los Santos y Herrera, sobre todo en el caso de esta última; porque no se ajusta a su elaborado autorretrato de rancios españoles; es el alto porcentaje de genes negros (61%) y tampoco la deseada presencia de genes indígenas(15%).  Para explicar esto, podemos acudir a las fuentes históricas que indican un alto porcentaje de esclavos negros que fundan pueblos en esa región (El Rincón de Santamaría, Los Olivos y otros, o se vinieron de Veraguas). Desde esos asentamientos, con el correr de los años fluyen genes por uniones entre negros, blancos e indios.  Así, también, la arqueología habla muy bien de lo que calla la leyenda: la presencia de indígenas en la vecindad de La Villa de Los Santos y en Natá de Coclé apenas comenzada la colonia.  En realidad, los indios en esta región, que no se mestizaban, estaban destinados a desaparecer por muerte causada por enfermedades.

  Somos, pues, los panameños un pueblo cuya genética es principalmente indígena con negro y una minoría, la blanca. Y valga decir para los que una vez fueron criollos de adentro y que se ufanan de nuestra ascendencia blanca, que de todos los grupos, aquel indígena que vive en poblaciones de indios y habla uno de sus idiomas, es la menos mestizada de todas, con solamente 1-2% de genes extraños corriendo en sus venas.

  El autor es director del Instituto del DNA y del Genoma Humano de la Universidad de Panamá